A veces llovía y brillaban las gotas de agua como soles.
Teníamos la esperanza de saber quienes éramos y la certeza de no saber nada.
El sonido de las campanas era música
y viajábamos.
Vueltas al mundo alrededor de una mesa.
Podíamos mirarnos y decir lo que era arriesgado sin tener que arriesgarnos a hablarlo.
Si dolía,
pero que placer rascarse esas heridas.
Verlas curarse de golpe,
en una noche alumbrada por varias lunas .
No gustaba el verde y también el blanco,
cambiar sombreros y camisetas,
leerse libros a trozos y sentarse de piernas cruzadas para jugar a quererse.
Todo lo que era nuestro era nada y eso era todo.
Morir y amarse contado huesos y sumando vidas, robándonos canciones.
Contando los minutos separados como si fuesen horas juntos.
Planchando camisas para cinco minutos, horas de peine para despeinarse a gusto.
Esto era cuando? Ayer o mañana?
No recuerdo que fuera nunca presente, era pasado o sería futuro.
O sí, quizá presente, un par de minutos, aquel día,
con el sol ya agotado,
escondido detrás de tu vestido verde.